Laura vuela gloriosa sobre su patineta
y Alejandro
deja caer su moto por la rampa
para observar el giro constante de las ruedas.
Cuatro años y el cielo
parece un mar, y el mundo
se va haciendo de nuevo
con cada paso dado
más allá de lo exacto.
Y todo
lo que un día llamarán rutina
es la aventura intensa
de una infancia feliz.
Más al sur, otras costas
y otras infancias que el dolor devora,
y la orfandad, y el miedo,
y el desconsuelo, minan.
Más allá de las tapias
de este patio seguro,
cada cinco segundos muere un niño,
muere una niña. Mueren
en la masacre impune y permanente
de la desigualdad.
A Laura y Alejandro, para que sepan.
Para que nunca olviden
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